Panadería

2–3 minutos

El curso empezaba a las nueve en punto. Ese sábado estaba soleado. Llegué a tiempo. Tan a tiempo que mi compañero me escribió para que le aguardara puesto. Muchas mesitas estaban enfrentadas a un televisor gigante. Era un ambiente muy extraño. Estábamos en un segundo piso y, de bajo de nosotros, muchas historias nocturnas ya se habían evaporado. Fue así como empezó todo.

Sentados cada uno en una mesita, conocimos a nuestro profesor. No, bueno, algo así. En el mundo cervecero la vida se pasa entre cocción, aprendizaje, distribución y consumo. La persona que estaba enfrente parecía más familiar que todos mis tíos juntos: personaje agradable cuyo conocimiento iba a ser transferido a través nuestros sentidos.

Empezamos. Nerviosos, todos nos presentamos. Todos, ni uno se quedaba atrás: estábamos dispuestos a recibir el baldado de información. Pero nunca pensamos que las cosas se fuesen a escalar.

Para un sediento, la cerveza se puede consumir a cualquier hora del día. Sin embargo, empezamos con agua. Sí, a catar agua. Que, si la de grifo servía, que la que tenia más sodio y así. Nueve de la mañana y nos salían con estas. Entrados en una negación existencial. Curso alrededor de la cerveza sin una gótica de cerveza. Pero bueno, aunque nos diéramos palo podríamos sacarle provecho a esta información. Primero fue lunes que martes y antes de probar la gótica refrescante, teníamos que saber los fundamentales.

Agua fue primero. Luego nos fuimos con unas degustaciones bien sabrosas de cebada en grano. Y justo en ese momento, porque las injusticias hacen parte del diario, desde el primer piso empieza a oler a cebada cocinada. Se dieron garra. Cocción inconfundible de buen líquido: de una bebida bien hecha y digna de ser consumida. En tanto terminamos de entender los olores de las diferentes clases de cebada malteada, mi cerebro tenía dos pensamientos: quiero probar ese caldo y si me gustaba más el pan que la cerveza.

En las siguientes dos horas solo podía pensar en pan. Pan, pan, pan. Cuando nos pasaron las muestras para determinar a ojo cerrado qué eran. Todas me sabían a pan. Harina cruda, pan. Mogolla integral, pan. Hojuelas de maíz, pan. Avena en hojuela, pan. Calado, pan. Pan rallado, mucho pan. Cacao en polvo, pan. Miel, pan. Chocolate 80%, pan.

Puedo decir que la prueba sensorial de las maltas fue todo un éxito. La que más me gustó fue la que olía a pan, pero sabía a galleta, a caramelo y a nuez.