Llego a mi hospedaje y me doy una ducha. El día estuvo como a 34 C y eso es demasiado caliente para mi. Me recuesto media hora y ya me siento mejor. Son las 10 pm y siento que aún el día está joven. Estoy cansada, pero decido abrir Google Maps. Busco cervecerías artesanales y encuentro una convenientemente a menos de 500 metros de mi hospedaje. Dejo mi libreta, dejo todo el cansancio del día, y voy a una cervecería a descansar después de un largo día.
Llego a Sierra Blanca, es un lugar que se ve acogedor. Tengo clara mi intención: tomar una ultima cerveza y volver a dormir. Pero he llegado y para mi sorpresa hay tres Gose en el menú: una de curuba, una de mango con maracuyá y una de lulo. Mis planes cambian. Le digo al bartender que me de una cañita de cada una de sus Gose: que las traiga una detrás de otra. Para, al final, tomarme una pinta de la que más me guste.
Estoy extasiada, tres Gose en un mismo lugar. No tengo palabras para describir la emoción de encontrarlas. Todas cumplen. Los olores, los sabores, las sutilezas de la fruta en cada una. No puedo pedir más. Estoy muy feliz. Encontré la cervecería que estaba buscando en el festival, sin saber que la estaba buscando. Me siento cerca a la calle y por la magia de la cerveza, hablo con la persona que estaba en la barra.
La persona que estaba en la barra también llegó de casualidad. Tengo una conversación amena con ese desconocido, Scott, quien viene de Denver y que también le gusta la cerveza artesanal. Hablamos de la cerveza, de la politica, de qué visitar en Colombia y de cómo éramos turistas en Medellín.
Estar en Sierra Blanca fue como el broche de oro que necesitaba para cerrar el día. No fui a estudiar y tomar notas, no fui a conocer al cervecero, llegué de casualidad. Tomé mi pinta, me sentí satisfecha. Para mi, esto fue lo que justificó ir a Medellín: encontrar un lugar con muchas Gose. Ya el viaje estaba completado.
